Victoria

Finalmente me dejó. Debo confesar que siempre fue una posibilidad. Siempre es una posibilidad que una relación se termine. Las personas vamos evolucionando, los deseos e inquietudes se van modificando y, a veces, debemos elegir un rumbo y dejar en el camino a quien nos venía acompañando. La decisión, en este caso, no surgió de mi. Yo hubiese seguido transitando por el mismo sendero quién sabe hasta cuándo. Pero no quiere decir que no lo esperara. En el fondo, sabía que este momento algún día iba a llegar. Y así fue.

Ni bien llegué a nuestra última cita pude percibir que algo pasaba. Su rostro reflejaba una inquietud no habitual. Antes de que pudiera decirle algo, suspiró y me comunicó su decisión. Siguió un silencio expectante. Enseguida sentí la necesidad de hacerle saber que estaba todo bien, que la vida es así, que no se preocupara por mi, que yo iba a estar bien y lo iba a superar como superé tantas otras situaciones. Y, si bien es cierto y creo en todo lo que le dije, no quiere decir que no duela.

Nuestra relación no fue demasiado larga. Un año no es mucho tiempo para mi. Pero fue muy profunda. Al menos yo sentí que había encontrado a la persona indicada. Y lo sigo sintiendo, aunque ya no nos veamos. Me cuesta creer que pueda tener una conexión tal con alguien más. Esa cuestión de piel imposible de explicar, que solo se siente. Me sentía cómoda con su manera de pensar, de expresarse, su manera de ver la vida, su sentido del humor. Y con eso me quedo. Con sus consejos, sus reflexiones, sus experiencias, su calidez. Y la certeza de que fue la mejor psicóloga que pude haber tenido. Al menos hasta el momento.