Lo importante es lo de adentro

Hace algunos domingos fui a comer un asado a la casa de mi hermana. No recuerdo bien si fue después de los chinchulines, los riñoncitos, las costillitas o si ya íbamos por el helado (todo esto es para que sufran los lectores nomás) cuando mi cuñado se puso a contar algunas cosas sobre el recital que Green Day dio en Buenos Aires, evento al que fue. Lo que más le llamó la atención, dijo, fue ver a tantas hembras gritando como locas de amor por el cantante de la banda.
"Y... si", acotamos, al mismo tiempo, mi hermana y yo, sin comprender demasiado dónde estaba lo raro del asunto. O sea: el pibe tiene una banda, compone, canta, toca la guitarra y encima está bastaaante bueno.
Mi hermana, entonces, agregó: "Yo le doy al Indio Solari eh". (Bueno, sí, a veces exagera un poco).  Y yo comenté: "A mi, por ejemplo, Russell Crowe me parece horrible. Pero, después de haber visto Gladiator, les confieso que uno le echo".
Este breve intercambio de indiscreciones me llevó a preguntarme qué es lo que hace que un sujeto nos resulte atractivo.

Sobre la vergüenza

Dicen que la vergüenza es robar. Pero a mi no me joden: vergüenza es estar hablando con un bombonazo y sentir que tenés un moco asomando por la fosa nasal. Caerte cuando estás bajando del bondi justo en la puerta de la facultad. Ir al baño del bar en medio de una cita romántica y descubrir que tenés un orégano estampado en el diente. Eso es vergüenza. Es esa sensación de que no hay retorno. Y no hay depilación completa ni perfume francés que pueda levantar nuestra imagen, que ha quedado por el suelo.

Comunicación interpersonal y tecnologías mediáticas

Antes la gente coleccionaba estampillas y postales. Mi abuela, por ejemplo, tenía un montón. Yo misma, cuando era chica, juntaba figuritas de Frutillitas y más tarde, durante el mundial del noventa, llegué a completar un álbum con recortes de diarios y fotos de Claudio Paul “el pájaro” Caniggia. En fin. Mi hermana coleccionaba cajitas de Camel, y un vecino tenía el garage lleno de latitas de gaseosa y cervezas. Ahora la gente colecciona contactos en el messenger, amigos en facebook y seguidores en twitter. O fotologs. O blogs.

¿Cómo hablar hoy de la vinculación existente entre el uso de las tecnologías mediáticas y la comunicación interpersonal de la misma manera que hace solo diez años? ¿Cómo hacerlo después de la explosión de Internet?

En el nombre de mi blog

El nombre de este blog se lo debo a Migue, el marido de mi amiga Giyel. Paso a explicarles.
Mi beba cumplió sus primeros siete meses. Al otro día, su papá y yo nos separamos. Un día más y llegó mi cumpleaños. Alguna gente vino a casa a compartir la jornada conmigo y a comer unos sanguchitos de cuadril que resultaron ser un éxito rotundo. Entonces, entre mordiscones, alguien me preguntó: "¿vos cocinaste la carne?, ¿la hiciste al horno?". Y, como últimamente vengo teniendo unos raptos de sinceridad fulminantes, respondí: "hice la carne al horno para comer en familia. Pero en lugar de eso, me separé". Y esta frase llevó a que Migue comentara a su mujer: "que chica práctica tu amiga", en lugar de decir, se me ocurre,  por ejemplo, "qué desubicada", "qué humor negro" o "qué boluda". Chica práctica, dijo, y a mi me encantó.
Ahora tengo un blog que se llama Chica Práctica y no tengo muy en claro qué es lo que voy a hacer con él.  Por lo pronto, voy a presionar donde dice "publicar entrada" y después... ¿qué importa el después?

Con la pluma y la palabra

Hoy es 4 de octubre. En dos días mi hijita cumple siete meses. En cinco, yo cumplo 32 años. Tengo una casa linda, con una galería, mucho pasto y una hamaca paraguaya. A falta de perro tengo una tortuga, Filomena, que heredé cuando murió mi querida Nona. Tengo el peso que alguna vez tuve y las tetas que siempre quise tener. Ventajas de la lactancia, vio. Pero, sobre todo, tengo una crisis que me está partiendo en dos. Justo ahora, si, la puta madre.
Entonces abro un cajón de la oficina y me encuentro con un cuaderno universitario usado. Lo miro y pienso "¡Cataaarsis!, ¡Catarsiiis!" Y aquí estoy, con un Avón mamarracheado y una Bic negra sin capuchón (suena obsoleto pero es real), dispuesta a llevarme por delante todo lo que se interponga en el camino hacia mi felicidad. Y la de mi hija.
Cosas del ser humano: cuanta más tristeza tengo, más ganas siento de ser feliz. Cuanto más quisiera desaparecer, más me empeño en hacerme visible. Puedo escribir con un nudo en la garganta y tengo fe en que la palabra me ayude. Y, si no, bueno, siempre me queda la opción de iniciarme en las drogas duras.
¡Bienvenidos a mi submundo!