Pelotazo en contra

Si hay algo que tiene de bueno el hecho de ser sola y habitar una casa en la que conviven dos mujeres (una de las cuales tiene catorce meses de edad y, por tanto, carece por completo de poder de decisión) es no tener que ver fútbol.
Hace más de medio año que no veo un puto partido, señores, y, excepto por Matías Almeyda, no extraño nada de eso.

Ustedes pensarán que no hay cosa rara en la cuestión: es harto habitual que muchas de nosotras, las mujeres, detestemos la número cinco y, fundamentalmente, todos esos programas de tevé en los que seis pelotudos se ponen a analizar los resultados de la fecha. Lo raro es el siguiente gataflorismo: odio el fútbol, pero no podría engancharme con un tipo al que no le interese la pelota. Ni en pedo. Al tipo le faltaría algo. Como si careciera de genitales o de vello en el rostro. Le faltaría testosterona, digamos.

Tampoco la pavada eh. El zapato que sale diciendo que en su escala de valores está primero su equipo y luego la vieja (doblemente boludo) tiene cero chances de conquistarme. A mi o a cualquier otra fémina en el mundo, quisiera creer.
Lo que digo es que, según mi criterio, es condición de masculinidad el hecho de que un hombre se interese por el fútbol, sea hincha de un equipo (los que dicen apreciar el deporte en general sin tener inclinación por un cuadro o, peor aún, aquellos "hinchas de la Selección", son homosexuales reprimidos) y juegue un partidito cada tanto con los amigos.
Y, otra vez, esto sería lógico en una mujer a la que, mínimamente, le atrae el fútbol. Pero yo lo odio, ¿comprenden?

¿Cómo explicarían ustedes tal contradicción? A mi, después de achicharrarme el cerebro pensando, se me ocurrieron tres posibles teorías explicativas. La primera hace referencia a una característica intrínseca del ser humano. La segunda alude a cuestiones relacionales. La tercera de mis teorías explicaría el gataflorismo antes expuesto en términos de género.

Empecemos entonces a desglosar la primera de mis teorías. Adelanté que ésta hace referencia a una característica general del hombre (por lo menos del hombre occidental) que podría definirse como "pegame que me gusta", por decirlo en términos prácticos, sin querer hacer con esto una apología de la violencia ni mucho menos. Para explicarlo mejor, me encantaría citar a un muy recomendable teórico de la Universidad de Palo Alto, de nombre Paul Watzlawick, que tiene un muy recomendable librito -entre otros muy recomendables- que se llama El arte de amargarse la vida. En la introducción, el autor plantea lo que la sabiduría popular sabe desde siempre: no hay nada más difícil de soportar que una serie de días buenos. Y propone acabar con los milenarios cuentos de viejas que presentan la felicidad, la dicha, la buena fortuna como objetivos apetecibles. "Demasiado tiempo se ha tratado de convencernos -y lo hemos creído de buena gana- de que la búsqueda de la felicidad al fin nos deparará felicidad." Aunque asegura que la literatura universal ya debería habernos inspirado desconfianza: "Desgracias, tragedias, catástrofes, crímenes, pecados, delirios, éstos son los temas de las grandes creaciones. El Infierno de Dante es incomparablemente mejor que su Paraíso". Entonces, concluye, "no nos hagamos ilusiones: ¿qué seríamos o dónde estaríamos sin nuestro infortunio? Lo necesitamos a rabiar, en el sentido más propio de esta palabra".
En este sentido, podría afirmar que un Sacachispas-Excursionistas aportaría la cuota mínima indispensable para hacer mi vida un poco más miserable y, por tanto, digna de ser vivida.

La segunda de mis explicaciones tiene que ver, como dije arriba, con el campo de las relaciones y, más específicamente, las de pareja (aunque no se excluyen las de otro tipo). Todos sabemos lo difíciles que son las relaciones entre dos seres humanos. Todos sabemos o imaginamos, por tanto, lo importante que es acumular armas que nos puedan salvar el pellejo en un posible (y siempre probable) enfrentamiento bélico. "No, gorda, a las cuatro no puedo porque juega River", vendría a funcionar como una especie de misil antiaéreo para nuestro bando. Aquí la explicación al gataflorismo sería, entonces, algo así: odio el fútbol pero lo necesito tanto como el aire mismo para afrontar la vida de pareja sin morir en el intento.

La tercera de mis teorías, les confieso, es la que más me gusta porque cambia el eje de la cuestión: ya no tiene que ver con ese sentimiento bajo, oscuro y detestable que llamamos "odio", sino con ese otro sentimiento tan bajo, oscuro y quizás más detestable aún llamado "envidia". Es por eso que he decidido denominar a la última de mis teorías como, lisa y llanamente, envidia de género.
La explicación tendría que ver con que el fútbol no es algo tan aborrecible como se nos aparece a primera vista sino más bien todo lo contrario. Pienso, por ejemplo, en la revista que más me gusta, y tiene por nombre un término futbolero. Autores que admiro, como Fontanarrosa, Galeano, Dolina, fueron y son enfermos de ese deporte. Y cuando veo cosas como éstas no puedo más que gozar. La puta madre, creo que me gusta el fútbol.

¿Por qué no puedo relajarme y disfrutar? Es que me invade completamente el sexto de los pecados capitales enumerados por Santo Tomás de Aquino: envidia, gente. Pura envidia. Porque nosotras, las mujeres, no contamos con una actividad que se equipare al fútbol en términos de espectáculo de masas ni como medio de socialización. ¡Por dios, chicas! ¿Cómo hacemos nosotras para juntar veintidós, catorce o siquiera diez mujeres por un período ininterrumpido de dos horas? Creo que ni regalando órdenes de compra por miles de pesos lo conseguimos. Ni que nos juren que nos está esperando Brad Pitt en sunga y con dos pasajes en la mano con destino a la gloria. Con mis amigas hicimos hace poco un intento de reuniones quincenales que nos duró menos dos meses y en el que llegábamos a sumar siete en simultáneo contando a mi primogénita y a Filomena, la tortuga.

Y en términos de espectáculo, ¿qué tipo de actividad sería capaz de, transmitida por radio o televisión, despertar en nosotras las pasiones que genera el fútbol en los hombres? Obviando el período de la adolescencia, en el que una es capaz de hacerse pis encima escuchando a Luis Miguel pidiéndole que se entregue (o, si te gustaba Axl Rose como a mi, escuchándolo pedir que caguen a trompadas al que estaba revoleando pedazos de baño en el recital que dieron los Guns en Argentina), digo, obviando esa etapa en que las hormonas están tan alborotadas, no hay espectáculo que pueda ser transmitido por un medio masivo de comunicación y que, así, tan de lejos, nos despierte sentimientos tan intensos.

Para cerrar, porque no quisiera aburrirlos demasiado, creo, en definitiva que mi gataflorismo tiene que ver, por un lado con una especie de admiración al género opuesto (y de aquí que me gusten los hombres futboleros) y, por otro, con un pedazo de celos, rencor, resentimiento, dentera (?), anchares (???) -es que busqué sinónimos de envidia para no repetirme tanto, vio-, y de ahí mi odio al deporte más popular del mundo entero.

¿Habrá una solución pacífica para esta contradicción? ¿Qué creen ustedes? Yo creo que si se me presentara dios en persona me diría, tal vez: "buscate un psicólogo, nena, pero la pelota no se mancha"

6 comentarios:

  1. Yo crecí sin un padre que me inculcara el amor por una camiseta, y pienso que es por eso que hoy no siento nada por ningún equipo, ni siquiera la selección.

    Me gusta el fútbol, me gusta lo estratégico que hay en él. Me gusta ver buenos partidos. Me gusta jugar, cada tanto, un partidito con los amigos.

    Tal vez me guste la chorota, como vos decís... O no. Al fin y al cabo lo fantástico de esa frase de la sicología, "homosexual reprimido", es que podría morirme de bien viejo sin haberme comido ni un solo pedazo de carne doblada y aun así sería aplicable: "Era gran tipo, pero toda su vida fue un homosexual reprimido".

    Quiero creer que hay otras condiciones de masculinidad, además de arrancarse los pelos por un resultado de fútbol.

    Así que me inclino a pensar que tenés razón: es envidia generacional.

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  2. Conan:

    Tal vez usted sea una excepción. De hecho, le confieso que mientras escribía mi post recordé una: un día escuché a Antonio Birabent decir que es amante del fútbol y no hincha por ningún club, y le juro que al hijo de Moris le doy hasta que Don Ramón pague la renta.
    O tal vez a usted le guste la chorota.
    Como sea, me hizo reír, y le agradezco su comentario.

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  3. Yo creo que este gataflorismo no posee causa ni argumento razonable, sino que es carácterística intrínseca del ser femenino, mujeril y/o afeminado (aunque existen sucesos aislados fuera de ésta ley).
    En mi caso, odio el fútbol pero me gusta verlo, odio el fútbol y simpatizo con un club, odio el fútbol mas adoro que lo juegue mi niño, odio el fútbol y muero por Almeyda! y la lista sigue...
    Pienso que es inútil buscarle solución a dicho conflicto.
    Y a propósito de éste nombrado gataflorismo, alguién escribió una linda poesía que no alude a "la pelota" pero describe un poco dicha particularidad. Aca va:
    “…
    Me gusta que estés en casa
    pero no hace falta todo el día.
    Sé un poco más cariñoso,
    pero no te vuelvas cargoso.
    Me encanta que tengas auto,
    pero que yo esté primero.
    Adoro que seas seductor
    pero no un mujeriego.
    Quiero que tengas dinero,
    pero te la pasas trabajando.
    Me gusta que te emociones,
    pero no es para estar llorando.
    Si te digo no quiero
    Tal vez sí lo desee…
    ¿Tan difícil te parece
    Entender a las mujeres?”

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  4. Mi otro yo:

    Lo bueno de ser Gata Flora en cuestiones futbolísticas es que puede una simpatizar con un club y enamorarse de un jugador de la contra (como en su caso) sin el menor remordimiento. Yo podría hacerme hincha del Bursaspor Kulübü con tal de ver al Pocho Insúa transpirando, lo juro.

    Me encantó la poesía, gracias por compartirla. Y también me hizo recordar a un video que mi jefe me obligó a ver durante mi horario laboral, con la orden: "dejá lo que estás haciendo y mirá esto: http://www.youtube.com/watch?v=XhTzdhsfWz4&feature=related"

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  5. Interesante reflexion, me pa que abarca a varias señoritas que he conocido. Igual necesitas un psicologo, la pelota no se mancha.
    Tomamos un birrin?

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  6. Epa! ¿Es usted un psicólogo, Matacavalos? ¿Qué tipo de terapia es esa que propone (digo, la del birrín)? Mejor no sigo preguntando! Gracias por su comentario.

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