Que cinco años no es nada

Hola. Si, soy yo. Y vengo a desmentirme a mi misma. Me costó cinco años y, de nuevo, una tremenda y muy angustiante crisis existencial darme cuenta de que soy menos práctica que la escalera de Sprayette.
Aunque la mayoría de las personas que entren a este blog (¡un blog! ¡Dios! ¡Soy Vilma Picapiedra!) conocen mi historia personal, me inspira pensar que alguien más, desconocido, incógnito, lejano, escondido, haya pasado por aquí alguna vez y se pueda haber preguntado qué fue de la chica práctica que, de un momento a otro, desapareció del mapa cibernético.
Por eso decido reflotar este blog (cada vez que escribo "blog" siento que envejezco diez años) y no una alternativa diferente.


Hola de nuevo. Acá estoy. Con 36 y a punto de cumplir 37. Con las tetas más chicas que entonces y el culo un poco más grande (pero no tanto, che). Con flequillo. Viviendo en la misma casa con jardín y galería. Ahora ampliada y con una pileta. Con el mismo marido que alguna vez tuve -dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra-. Con Fútbol para Todos y el eco de las transmisiones resonando en el comedor de mi casa. Con la misma tortuga, Filomena, que heredé de mi querida Nona, ahora un poco rota después de que le pasara accidentalmente la rueda del auto por encima. Con dos perros, el Niembro-Gate y el terremoto de Chile.
Acá estoy, sentada en la terraza escribiendo con la Uniball sobre un block liso. Haciendo catarsis. Con la misma angustia, tristeza o no sé qué mierda que me hiere, como dice Ricky Martin (que, comentario al margen, cada día está más bueno), de un disparo al corazón. Me duele la vida, de repente y no sé por qué. Eso me desespera, me llena de miedos, de incertidumbres y de ganas de vivir.
La chica práctica devenida en mujer no-práctica. Probablemente en un tiempo, cuando la paroxetina (el psicotrópico que retomé hoy) haga efecto -el efecto de bajar el nivel de angustia hasta un nivel más tolerable-, relea estas líneas que hoy escribo y me parezcan exageradas. Y entonces vuelva a preocuparme si se me cae el celular y estalla el vidrio (dos veces me pasó), si me hacen una multa de tránsito o me olvido de algún compromiso (naaa, no soy tan despistada como aparento). Y también escribo por eso. No quiero olvidar la crisis. No quiero hacer de cuenta que nada pasó. No soy una chica práctica.
Pero tampoco soy bajón y oscuridad. La oscuridad no me gusta. No me inspira. Me gusta el sol. Los animales, las plantas y los chongos. Amo el dulce de leche, la música y la cerveza rubia. La vida plena y no la mediocridad.
Para cerrar este post de reencuentro comparto un pensamiento de Albert Einstein, que imprimí en el momento de aquella crisis y, hasta hoy, está pegado en mi heladera. Porque uno es, a veces, un poco distraido, vio. Y, aunque lo tenga frente a sus ojos, se olvida de mirar. Y entonces viene la vida y te agarra así, desprevenido y, junto con Ricky, te dispara en el corazón. Ahí va:

"No pretendamos que las cosas cambien si seguimos haciendo lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y paises porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar 'superado'. Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia. El inconveniente de las personas y los paises es la pereza para encontrar salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar por superarla."

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